Cuando nos volvimos a ver

El reencuentro fue dos días después, habíamos quedado tan cansados que recién el martes volvimos a la escuela.
En nuestra larga noche de charla me había contado dónde solía estar con sus compañeros de curso, así que allí lo encontré… justo cuando el timbre de entrada a clases nos llamaba a formar, saludar a la bandera e ir a las aulas…
Llevaba puesto mi uniforme escolar (jumper gris, camisa blanca, corbata azul, medias azules, zapatos negros), el cabello suelto y mis anteojos (no porque los necesitara, sino porque eran mi forma de verme “intelectual” ja ja ja!!! ahora los uso porque no tengo otra opción… astigmatismo…) en fin, como decía, estaba arreglada y emocionada por volver a verlo.
Cuando lo encuentro, cuando lo tengo frente a mi… ¡sigue de largo! No me vió… no me reconoció… fue allí que Guillermo (quien hoy es el padrino de nuestra hija) le dijo “Ari, esa chica te está mirando”… él se volvió, me miró y ¡no sabía dónde meterse del papelón! Ja ja ja ja ja!!!
Nos vimos en el siguiente recreo y combinamos para encontrarnos al día siguiente, 19:30 Hs., en la plaza de Martín Coronado (lugar donde yo vivía entonces). La plaza hoy día está totalmente diferente, creo que sólo los árboles podrían decir “yo los vi sentados en el banco que está junto a mi”, otro quizás les pudiera contar “yo estuve allí cuando él la miró a los ojos, le pasó el brazo por los hombros, la acercó hacia él y le dijo: “te quiero, nena” y luego le dio un largo beso”…


Y así comenzó todo, caminando hemos andado mucha senda a lo largo de estos veinte años. Hemos tenido incluso momentos en los que los senderos se separaron y por mucho tiempo no caminamos a la par… pero al final, siempre terminaban siendo el mismo camino… de descubrimiento, de aprendizaje, de tropiezos, de un Amor que ha aprendido a sobrevivir a la realidad, con la simple ecuación de la aceptación del otro, de, sencillamente, amarnos tal cual somos.