La Sra. Twist entró al closet del cuarto de Jack a guardar ropa recién lavada y planchada. Como muchas veces durante el último año, se acercó al rincón escondido donde pendían de un clavo dos camisas sucias, rotas y manchadas de sangre. Pasó suavemente la mano sobre el extremo más cercano...
Jack subió parcimoniosamente la escalera.
Cuando un año antes su hijo al despedirse le susurró al oido “están sucias, rotas y manchadas, pero por favor no las arregles”, ella no comprendió de qué habló y tampoco le dio tiempo a preguntarle: Jack se escapó de sus brazos, subió a su camioneta y las ruedas derraparon en la gravilla.
Jack llegó al cuarto y vio su closet abierto.
La Sra. Twist había recorrido en silencio cada rincón por donde había estado su hijo en aquella oportunidad y finalmente las halló allí, escondidas. Desde ese momento, siempre que estaba ahí, su corazón palpitaba con fuerza. Había un secreto y su hijo lo compartía con ella.
Jack se asomó al closet y vio a su madre sosteniendo el puño de las camisas.
Las había llevado cuando al casarse con Lureen temió que al verlas, ella le hiciera preguntas (que las iba a hacer) o que las tirara sin decirle nada (que también podría suceder).
Jack miró a su madre y recordó que le había traído fotos de Bobby, que le había dado la alegría de saberse abuela... ¿cómo se suponía que ahora le dijera que lo que sostenía en su mano era la prenda de su amor por un hombre? Un hombre que no veía desde hacía 4 años, que lo había buscado por todas partes y que ahora había encontrado... ¿Cómo le explicaba que temía ver a ese hombre por no saber si iba a ser rechazado, por no saber si Brokeback Mountain había sido sólo importante para él? ¿Cómo le decía a su madre el nombre de ese hombre cuando mil veces lo había pronunciado llamándolo amigo, un viejo amigo, el mejor de los amigos?
Se nublaron sus ojos, se desbordaban casi en mil lágrimas, ahí en la puerta del closet, viendo los ojos de su madre quien lo miraba atenta, con esa mirada sabia, dulce y ancestral que siempre lo hacía sentir dentro de un mundo perfecto.
Y Jack cayó de rodillas y se abrazó al regazo de esa mujer.
- Ennis Del Mar.
No fueron los labios de Jack los que pronunciaron ese nombre. La Sra. Twist lo dijo. Y los ojos de Jack se aclararon, pero su voz siempre chispeante, sonó apenas audible:
- Si, Ennis del Mar.
Jack sacó de su bolsillo una postal con el dibujo de unas montañas. La Sra. Twist leyó: “Amigo, hace mucho que debí escribirte. Supe que estás en Riverton, pasaré por allí el 24. Mandame una línea para saber si estás ahí”.
Las manos de la Sra. Twist acariciaron los cabellos de Jack, no ordenaban sus leves rizos, sólo eran una tierna caricia... Jack extrañó desde sus entrañas a Ennis, esa ternura.
- Debo intentarlo Ma´, tengo que arriesgarme.
La amable señora, con delicadeza le devolvió la postal y lo ayudó a ponerse de pie.
- Cuidaré de tus camisas Jack.
Jack besó la frente de su madre, tomó el morral con sus cosas y bajó los escalones de dos en dos.
En un instante nuevamente la Sra. Twist escuchó las ruedas derrapando en la gravilla y desde la ventana vio correr por el camino la vieja camioneta de Jack.
Volvió al closet, tomó las camisas, las abrazó, las acercó a su nariz y una energía poderosa invadió sus sentidos. Un recuerdo se incorporó a su memoria, aunque no sabía qué era lo que recordaba, ni cómo podía hacerlo, sólo supo que en ese recuerdo su hijo había sido feliz.